domingo, 19 de agosto de 2007

Entrevista en Lideres Mexicanos


Poco importa si el medio es cine, teatro o televisión, Diana Bracho siempre ha circulado con el pie derecho guiada por una voz interior, ha filmado con un puñado de directores espléndidos, ha participado en más de una veintena de cintas memorables e interpretado a un número no despreciable de personajes complejos hasta consolidar una carrera irrefutable como primera actriz. ¿Intuición?, ¿formación académica? o ¿linaje?

En su casa de Coyoacán donde nos recibió una tarde nublada de julio, media docena de imágenes reproducen su rostro. En un retrato renacentista, con una mueca angustiosa para un cartel de Un tranvía llamado deseo; acompañada de Julio Bracho, Andrea Palma y su hermano Jorge en un retrato. En cada imagen resaltan la armonía de sus rasgos, la expresión dulce, los ojos inocentes, revelando una parte de la que ha sido antes y después de metamorfosearse en actriz. Adolescente tímida, aspirante a escritora, hija del legendario director de La muerte de un caudillo, y del escenográfo Jesús Bracho, sobrina de Dolores del Río y del rival de Valentino en el Hollywood del cine mudo, Ramón Novarro.

-¿Cómo transcurrió tu infancia rodeada de tantos talentos?

“La familia de uno es la familia. Tu papá no es el director de cine famoso, sino tu papá, tu tía Andrea es tu tía Andrea, no es la diva, entonces eso es padre porque realmente creces con una cercanía humana con estas gentes tan importantes y tan interesantes. Eso te da en la vida una cierta soltura para entender de qué se trata la fama y el éxito y ver que en realidad es algo muy efímero.

-¿Siendo niña eras consciente de formar parte de una dinastía?

“No, me tardé muchos años, hasta ahora que publicaron un libro, Los Bracho: tres generaciones de cine mexicano, me está cayendo el veinte de que vengo de un linaje muy bonito, porque son personas a las que admiro profundamente como seres humanos primero y como profesionales.

Julio Bracho se divorció de la bailarina Diana Bordes, madre de Diana y Jorge cuando la futura actriz alcanzó los siete años. Ella y su hermano se quedaron a vivir con su padre en una época en la que dejar los hijos a un padre era impensable. “Fue una especie de Kramer contra Kramer mucho antes de que se usara que los papás se quedaran con los hijos, mi hermano y yo nos quedamos con mi papá. Ahora lo veo a posteriori y digo: si para las mujeres es tan complicado tener hijos y una profesión y las mujeres estamos más o menos adecuadas a sufrir, a estirar nuestro tiempo, a hacernos responsables de tantas cosas simultáneamente, los hombres no tienen esa educación, ni esa naturaleza y sin embargo, mi papá fue mamá, papá, amigo, cómplice, compañero y cuate. Un hombre extraordinario.

Su infancia transcurrió entre artistas de toda índole. A su hogar eran asiduos lo mismo Octavio Paz, Elena Garro, Salvador Novo que Xavier Villaurrutia o Neftalí Beltrán, entonces Diana –que todavía no pensaba en convertirse en actriz– deseaba ser una niña como todas. “yo envidiaba que la mamá andaba de tubos y hacia su sopa de fideo y el papá veía en la tarde el futbol en camiseta y tomaba cerveza y a mi me parecía guau; mientras yo en mi casa estaba ahí con Octavio Paz. Cuando uno es niño las cosas las ve de otra manera y aspiras a ser igual a todos tus amiguitos, ahora digo: gracias a la vida que me quedé con mi papá porque realmente me dio – sus ojos se llenan de nostalgia- ¿qué te puedo decir?”.

- ¿Qué aprendiste de tu padre?

“El amor por el trabajo, la disciplina dentro de todo este desastre doméstico, era un hombre sumamente disciplinado, ordenado con su trabajo intelectual, generoso a morir, una persona sin prejuicios. Un actor tiene que ser muy sensible a todos los seres humanos, a todas las experiencia humanas vengan de donde vengan, entonces cuando tienes esa apertura no caes en los estereotipos, te adentras más en la naturaleza humana con un gran respeto y todo eso me lo dio mi papá”. De su madre la bailarina confiesa entre risas haber heredado el amor por el baile y la vitalidad, “mi madre nunca creció hasta ahorita sigue siendo una niña como de tres años”.

-¿Y de tu tía Andrea Palma?

“Mi hija se llama Andrea, con eso digo todo. Mi tía era un ser extraordinario, una mujer brillante, única e irrepetible, una mujer precursora”.

Entre sus recuerdos emerge la tía que no usaba sostén, que llevó pantalones y condujo su propio automóvil antes que nadie. Fumadora, ocurrente, malhablada y devastadora cuando las figuras del cine eran mucho más recatadas. La tía que antes de cambiar el Guadalupe Bracho Pérez-Gavilán por el Andrea Palma, logró impresionar con sus maravillosos sombreros a Marlene Dietrich en una reunión concertada por su primo Ramón Novarro. “Me acuerdo de ella siendo niña cosiendo cosas de su vestuario, que si el sombrero, que si le ponía la plumita porque la diseñadora no tenía estilo”. A la Dietrich le confeccionó cuatro sombreros mucho antes de transformarse en La mujer del puerto en la cinta de Arcady Boytler. Con Dolores del Río, prima de su padre, tuvo poco contacto, “cuando uno es joven tiene muchos prejuicios y a mi me parecía que Dolores del Río era una gran diva, en esa época me daban flojera las divas, yo estaba en un rollo de romper con muchos esquemas y la gente tan acomodada me daba flojera”.

"Mi sueño realmente era escribir y todavía sigo con esa asignatura pendiente. Estudié Filosofía y Letras Inglesas porque quería ser escritora” pero Diana continuaba con la inquietud de convertirse en actriz “alguna vez se lo comenté a mi papá y me dijo: ‘No, no Diana no tienes nada para ser actriz, no tienes presencia, ni voz ni nada, no tienes personalidad protagónica’”.

El tema quedó zanjado hasta que una necesidad de expresión muy profunda que no se cumplía con la escritura emergió. “Platicando de esto con un amigo neoyorquino llamado Steve Silver me dijo: ‘Act, act, act you’re an actress’ y entonces me metí a estudiar con José Luis Ibáñez. Y ya desde la primera clase con fue como descubrí al verdadero amor en la esquina, que no me lo esperaba”. A pesar de ir contra sus principios, Ibáñez la recomendó con el director Arturo Ripstein para El castillo de la pureza, película con la que debutó a los 27 años al lado de Claudio Brooks, Rita Macedo, Alex Phillips y Fontanals, amigos todos de su padre. Con esta cinta se hizo acreedora a los primeros premios en su carrera el Ariel por Mejor Coactuación Femenina (1972), la Diosa de Plata y el Heraldo. En 1979 volvió a ganar el Ariel por El infierno de todos tan temido de Sergio Olhovich y de ahí el gran despegue y la historia... A lo largo de su carrera, repetirá con Ripstein en dos cintas más, trabajará en cine, teatro y televisión con un puñado de directores mexicanos y extranjeros.


-¿Cuáles consideras las cintas más importantes de tu carrera?

No sé, en realidad es muy chistoso porque esta cosa tan irónica de la proyección hacia fuera y la proyección hacia adentro que tiene que ver con el éxito ¿que es el éxito? Pues digamos que una película que curiosamente me ha dado una proyección enorme es Y tu mamá también, donde tengo dos escenas mínimas ¡y esa película la han visto en todo el mundo!. Me hablan mis amigos de Inglaterra y Alemania, ‘Oye fuimos a ver una película y te vimos’. Si hablas de éxito entre comillas, esa película es la que más se ha visto, pero no es mi éxito profesional más importante. A lo que voy es que para mí en realidad el éxito o el amor que tengo por los proyectos tiene más que ver con la intimidad que con lo que sucede afuera”.

Y es que lo largo de su carrera ha filmado más de una treintena de películas entre las que considera memorables las realizadas con Ripstein, así como Actas de Marusia, donde entabló una relación entrañable con el actor Gian Maria Volonté; Entre Pancho Villa y una mujer desnuda, su primer comedia; y Cuba Libre (Dreaming of Julia) donde comparte créditos con Harvey Keithel.

En teatro y televisión la actriz mantendrá un romance con un puñado de personajes y proyectos como Israfel de Abelardo Rodríguez, su debut teatral al lado de Sergio Bustamante; la Cossette de Los Miserables en 1973 para una serie de televisión; Stella y Blanche Dubois en dos puestas diferentes de Un tranvía llamado deseo; la María Callas de Master Class y los personajes de Los Negros Pájaros del Adiós de Óscar Liera y Festen, así como la Leonora Navarro de Cuna de lobos, por mencionar sólo algunos de los trabajos que no alcanzamos a recorrer esa tarde lluviosa en la que Diana lamenta haber dejado escapar a la Madame Bovary de Flaubert “porque ya se me pasó la edad del personaje”, aunque asegura haber hecho a lo largo de su extensa carrera “proyectos de los que realmente me enamoré”.

Fuente: Lideres Mexicanos


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